El Hombre Elefante, la victoria de la sensibilidad
El Señor es mi Pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas;
me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tu vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan.
Preparas una mesa ante mí,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa.
Tu bondad y tu misericordia me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término.
Cuando John Merrick se libera de sus cadenas y ora el Salmo XXIII una ventana se abre y un paisaje surje. No es una casualidad que sus primeras y libres palabras sean precisamente esas. Pues "El señor", su fuerza interior, es quien le permite construir su triciclo de la libertad sin contar con herramienta alguna.
Cuando la pelicula finaliza, es dificil no pararse a pensar en lo extraños que somos los seres humanos. Es indudable que no hay nada mas lamentable en nuestra condición que nuestro orden de valores vaya dirigido a tener tal o cual forma en la cara. Resulta dívino, maravilloso, observar a John Merrick palpar la suavidad de sus sabanas como si esa sensación bastara para fundamentar toda una existencia.
Una persona que nace como ser humano y que, en vida, no se le da siquiera esa condición y tiene que exigirla exclamando "No soy un monstruo, soy un ser humano" mientras el gentio avasalla su alma. Todo ello contrasta con el abrazo de comprensión y amor entre John y el Señor Treves, con la catedral que con esmero construye, con la fortaleza para recuperarse y sentirse "lleno" de nuevo, con su educación...y con el mayor brillo de su estrella sobre las demas. Ojala todas las nuestras brillaran tanto.
2 comentarios
Fénix -
Fenix -