Capítulo 3 - El cerro (por Manuel)
Intentó cerrar la puerta con suavidad para no despertar a sus padres. La madre de Adrián se despierta con facilidad, con el más fino susurro. Su padre, en cambio, siempre duerme como un tronco. La calle estaba mojada. La luz de la mañana, gris pero brillante, lo inundaba todo. De pie, dando la espalda a su casa, decidió el itinerario a tomar. A la derecha tenía el camino que se lleva a la balsa, pero sólo de pensar en ella sintió frío. Al frente estaba el solar de la familia de Tomás, todavía en obras después del derribo. Sólo algunos electrodomésticos y vigas revueltas. Izquierda, el pueblo, ya con varias luces encendidas. Se dirigió a ellas.
El sonido de sus pasos tenía una profundidad siniestra al tomar la cuesta del Mono. Esta calle transcurría a lo largo del pueblo, en cuesta, desde el río hasta el cerro, dejando atrás, sucesivamente , la casa de sus tios Julio y Julia (como los llamaban en el pueblo), la panadería, la iglesia, el bingo/bar, el Spar, y el bar de Julian; por último, a mano izquierda. Adrian pasó todo el camino pensando en sus padres.
Cuando por fin llego al parquecillo que corona el cerro, eligió la parte más alta de un tobogán para tomar asiento. Subió las escaleras, y se sentó. Tras pasar un minuto contemplando el pueblo, debajo, a sus pies; un ruido como de puerta metálica abriéndose llamó su atención. Su mirada, por puro instinto, lo llevó al lugar adecuado: el viejo almacén de Cipriano. Al levantar la vista vió, a lo lejos, cómo el abuelo Cipriano se disponía a sacar su pequeña locomotora. El viejo se adentró en el almacén. El ruido a motor retumbó de pronto en todo el pueblo. Tras tres o cuatro segundos, el morro azul asomó por el portón. Cipriano sacó la locomota hasta el camino, bajó y cerro la valla. Adrian los perdió de vista, hombre y máquina, cuando se adentraron en los pastizales de la llanura. Entonces aparecieron los primeros rayos de sol.
Tras unos minutos de ensimismamiento con la naturaleza, se encendió la luz del bingo y vio cómo la Pilar tiraba un par de cubos de agua sucia al empedrado. La mujer llevaba un vestido negro y un delantal gris. El agua bajaba por la calle creando surcos, visibles incluso desde el tobogán de Adrián. A lo lejos, el rebaño de Antonio asomó por una colina, cerca de la carreta. Las ovejas merodeaban tranquilas por los campos, con la única molestía de soportar los gritos de Nau, el perro pastor de Antonio. El sol ya tomaba aquel lugar, y tardó poco en cazar la espalda de nuestro protagonista, que agradeció ese cálido abrazo del sol por la mañana. Varios coches y tractores se veían ya en la distancia, en la carretera.
Adrián no quiso intranquilizar a sus padres y pensó en volver a casa. Su madre ya estaría despierta, su padre como un tronco. Tomó el camino y bajo dando brincos. El repentino tintineo de la moneda en su bolsillo le hizo gracia. El bar de Julián, el Spar, el bingo, la iglesia, la panadería, la casa de sus tíos. Cuando dobló la esquina y entró en su calle, algo le sorprendió. En la puerta de su casa, a unos 100 metros, había seis o siete personas. Escuchó algunos gritos.
2 comentarios
Fénix -
javispace -
Esas personas...¿de que hablaran?