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Alguien voló y fue libre...escribiendo

Notas de Historia (Por Carlos Domper)

¿Revisionismo Histórico o propaganda neofranquista?

 

                    A lo largo de este año que ya discurre lenta pero imparablemente hacia su fin la sociedad española ha conmemorado mediante una gran variedad de eventos culturales, como coloquios, congresos, programas de televisión, publicación de libros, celebración de homenajes y un largo etcétera el 70 aniversario del inicio de la Guerra Civil española el 17-18 de julio de 1936. Como muy poca gente ignora ya a estas alturas, la Guerra Civil española es el acontecimiento histórico que mayor volumen de bibliografía a generado a su alrededor a lo largo de la historia. Son miles los libros que, de una forma u otra, tratan sobre este conflicto y ello debido a que en él acabaron dirimiéndose lo que podríamos denominar como conflictos universales, es decir, laicismo contra clericalismo, democracia frente a fascismo, ricos contra pobres,…

           

                  Todo comenzó cuando en las elecciones de febrero de 1936 el Frente Popular obtuvo la victoria frente a los partidos de derechas. En ese momento, un sector del ejército liderado por Mola, Sanjurgo[1] y Franco decidió que no era posible esperar a unas nuevas elecciones para recuperar el poder perdido en las urnas y, rompiendo su juramento de fidelidad a la República, se sublevaron contra ella. El golpe de estado, sin embargo, no triunfó en las ciudades más importantes del país donde la resistencia consiguió abortar con éxito el ataque. El fracaso de la sublevación, cuyo éxito daban por seguro y rápido todos los militares implicados, obligó a los sublevados a pedir ayuda a Alemania y a Italia[2], que no dudaron en la intervención, para derrotar al gobierno que, por su parte, pidió ayuda a Francia y a Inglaterra ayuda que se vio bloqueada por la creación del Comité de No Intervención. La República se vio así aislada y sola en un conflicto ya internacionalizado y sólo la intervención de la Unión Soviética, mucho tiempo después de la entrada en el conflicto de las potencias fascistas y nazis, evitó una inmediata derrota del gobierno republicano[3].

           

                     Tras tres años de guerra civil la república fue derrotada el 14 de abril de 1939 instaurándose en España una dictadura militar y fascista cuya médula espinal fue siempre a lo largo de sus 40 años de vida, como muy bien ha demostrado Julián Casanova[4], la violencia contra el vencido. Un régimen fraguado en el pacto de sangre de la guerra y que año tras año, durante sus cuatro largas décadas de vida, no dejo de recordar a los derrotados su condición y de conmemorar a los caídos “por Dios y por la Patria” con la estrecha y capital colaboración de un Iglesia Católica[5] que pudo así recuperar el poder perdido durante la II República y convertirse, no solo en delator y juez sino también, en verdugo de todos aquellos que la habían “perseguido” durante la república y la guerra civil. Jamás hubo pues perdón para los perdedores porque desde el inicio de la guerra el objetivo fue exterminar el virus rojo que había infectado a España y que amenazaba con llevarla a los más horrorosos infiernos[6]. De esta forma, durante todo el régimen de Franco los perdedores fueron duramente reprimidos (fusilamientos y encarcelamientos masivos, delaciones, expropiaciones, trabajos forzosos,…) obligados a huir al exilio o, en caso de quedarse en España, a tragarse su propia identidad y asumir su condición de rojos derrotados[7].

           

           Puede decirse pues que el 14 de abril de 1939 la memoria de todos aquellos que lucharon por defender a la República, del ilegítimo ataque perpetrado contra la misma por un grupo de militares, quedó condenada a muerte por un nuevo, y también ilegítimo, régimen que inmediatamente se afanó en la producción de una abundante bibliografía propagandística cuyo objetivo radicaba evidentemente en legitimar la sublevación de julio de 1936.  En esta ardua tarea se empeñaron sin descanso y con gran ahínco personajes como Joaquín Arrarás[8], Ramón Salas Larrazabal[9], Ricardo de la Cierva[10] o Manuel Aznar[11], entre otros muchos. Las ideas de fondo de dichos autores son ya de sobra conocidas y pueden sintetizarse, de forma muy sucinta, con las siguientes afirmaciones. En primer lugar, los militares se habrían alzado contra el Estado como último recurso para evitar la caída de España en manos de la Unión Soviética de la que ya se había convertido en un Satélite, de esta forma, los militares, y especialmente Franco, serían unos demócratas moderados que únicamente buscaban lo mejor para su país. En segundo lugar, el número de muertos en zona nacional hubiera sido mucho menos elevado que el de los muertos de la zona republicana, siendo además los primeros necesarios para poder erradicar del país el peligroso bolchevismo soviético. En tercer, y último lugar, Franco y su régimen habrían sido los causantes del mayor periodo de estabilidad de la historia contemporánea de España evitando la entrada de la misma en la II Guerra Mundial y propiciando además el desarrollo económico de los años sesenta. Todo esto acompañado, como ya hemos dicho anteriormente, por una constante conmemoración de los muertos del bando nacional encabezados por el mítico José Antonio Primo de Rivera y el gran protomártir José Calvo Sotelo.

                 

            El silencio y la mitificación de la guerra civil y el franquismo producidos por el mismo régimen comenzaron a romperse a finales de los años sesenta y a lo largo de los años setenta cuando prestigiosos hispanistas anglosajones empezaron a escribir y publicar, desde un ámbito académico y en países con libertad de expresión, estudios serios y científicos sobre la II República y la guerra civil. Autores como Gabriel Jackson[12], Herbert Southworth[13] o Paul Preston[14] iniciaron un camino hasta ese momento inexistente adentrándose en el análisis metódico, y sin intereses propagandísticos, tanto de los factores que habían llevado a los españoles a la guerra civil como al estudio del conflicto bélico en sí mismo. Ante semejante ataque a la línea de flotación de su legitimación política el franquismo reaccionó mediante la creación de una Sección de Estudios de la Guerra Civil, dependiente del Ministerio de Información y Turismo (dirigido ya en aquel entonces por Manuel Fraga), al frente del cual se colocaría a ese químico con gran afición por la historia propagandística que era y es Ricardo de la Cierva. Desde esta posición institucional Ricardo de la Cierva dirigió los designios de la historiografía española durante años encargándose, junto a Manuel Fraga, de vigilar el cumplimiento escrupuloso de la prohibición de libertad de expresión y de pensamiento y de insultar y menos preciar a historiadores como Southworth, Preston o Hugh Thomas calificándolos como “escritores marxistas” que “no servirían para la historia”[15].

                      Tras la muerte de Franco y el inicio de la transición política jóvenes historiadores formados en la beligerante universidad de los últimos años del franquismo y que habían realizado estancias en prestigiosas universidades internacionales comenzaron a alcanzar puestos académicos en las universidades españolas. De esta forma, fueron estos historiadores los que, ya desde la propia universidad española, se unieron a la labor iniciada décadas antes por los hispanistas anglosajones. Historiadores como Julián Casanova[16], Alberto Reig Tapia[17], Ismael Saz[18] y otros muchos pusieron en marcha investigaciones sobre la guerra civil y el franquismo que han continuado durante los años 90 y los inicios del siglo XXI. Sin embargo, a la labor de estos historiadores profesionales se unió de forma paralela en los años 90, coincidiendo con la llegada del Partido Popular al poder, lo que ha dado en llamarse movimiento por la recuperación de la memoria histórica encabezado por nietos y biznietos de republicanos muertos y desaparecidos durante la guerra civil y el franquismo y cuyo objetivo fundamental es recuperar la memoria de la república y sus defensores lo que ha provocado, en opinión de José Maria Izquierdo, “un proceso de recuperación de las memorias de izquierda en la sociedad civil y un incremento del interés por conocer qué pasó en la guerra, quiénes fueron sus protagonistas, dónde están enterrados los muertos del bando derrotado, etc.”[19] que ha llevado, por otro lado, a un aumento del interés entre este tipo de público por los libros de los historiadores anteriormente citados. En este sentido, la aparición de libros escritos por historiadores profesionales en los que se describen los sistemas represivos utilizados por el régimen de Franco y en los que aparecen analizados los sectores sociales que apoyaron dicho régimen unido a un creciente interés en dichos libros por parte de de un importante sector social deseoso de recuperar una memoria secuestrada durante cuarenta años, que incluso ha iniciado un proceso de excavación arqueológica de las fosas comunes donde se encuentran enterrados los familiares de muchos de ellos, han provocado la reacción de lo que muchos investigadores han denominado como franquismo sociológico. Es decir, de aquellas personas agradecidas a Franco y a su dictadura que habiendo pasado relativamente  desapercibidas en la nueva sociedad democrática han reaccionado, como ya lo hiciera el estado franquista a principios de los setenta, ante este proceso de recuperación de la memoria y puesta al descubierto del sistema represivo contra el vencido que se instauró en España a partir de 1939.Es pues en este contexto donde hay que situar el boom mediático de Pío Moa[20] y toda su corte de acólitos, con César Vidal[21] y Federico Jiménez Losantos a la cabeza, que presentando su discurso como renovador de una historiografía académica, marxista y manipulada por los intereses políticos de la izquierda, han irrumpido al son de los atronadores tambores de los medios de comunicación afines en el escenario político y social de nuestro país. El objetivo de esta corriente, mal llamada revisionista, no es otro que, al albor de ese interés por recuperar la memoria republicana y ante la imposibilidad de presentar a Franco como un adalid de la democracia y la libertad, intentar persuadir a la opinión pública de que si malo fue Franco, peor hubiera sido el triunfo de esa república estalinista generadora de desórdenes y origen último de la guerra civil. Para todo ello, no obstante, estos propagandistas y tertulianos no presentan ninguna novedad historiográfica, ni nuevas interpretaciones, ni nuevas fuentes, ni nada que se le parezca sino que simplemente se limitan a reproducir, con un lenguaje adaptado a los nuevos tiempos, los mitos creados por los primeros propagandistas del régimen anteriormente citados. Los libros de estos autores constituyen éxitos de ventas fulgurantes, al tratarse de textos nada complejos, muy fáciles de leer, y apoyados por un marketing feroz que cala muy rápidamente entre aquellas personas que compran dichos libros para simplemente reconfortarse en sus ideas preestablecidas y aquellas otras que, deslumbradas por el la publicidad y radicalidad de dichos autores, compran sus libros creyendo que dichos autores son grandes expertos en la materia en denodada lucha por sacar a relucir la verdad ocultada por unos historiadores profesionales al servicio de oscuras intenciones partidistas. Sin embargo, como es bien sabido, cantidad y éxito de ventas no equivalen a calidad por lo que dichos libros no pasan de ser simples panfletos propagandísticos en los que las más elementales premisas científicas (lectura de la bibliografía especializada sobre la materia, visita de archivos, citas bibliográficas y de autoridad, periodo de tiempo para la reflexión sobre lo investigado, etc.) brillan por su escandalosa ausencia debido fundamentalmente a dos motivos: en primer lugar, ninguno de estos autores es historiador profesional (Pío Moa ni tan si quiera es licenciado), en segundo lugar, y mucho más importante, su objetivo no es el avance de la ciencia histórica mediante la realización de investigaciones llevadas puntualmente a congresos, donde se discuten y se filtran mediante las aportaciones y criticas de otros especialistas en la materia, o mediante su publicación en revistas especializadas, etc. sino simplemente distorsionar la realidad histórica poniendo en circulación antiguos mitos franquistas a los que se lava la cara para hacerlos más adecuados a los tiempos democráticos. Ante este nuevo fenómeno de intrusismo profesional y tergiversación mediática del pasado, los historiadores profesionales han reaccionado, salvo algunas intervenciones esporádicas, con el silencio y la distancia. Y creemos que así debe de seguir siendo ya que las soflamas de estos tertulianos no son compatibles con la discusión científica, como se pudo comprobar cuando el profesor Moradiellos intentó llevar acabo tal querella en un espacio de Internet. En el momento en que el citado profesor procedió a la demolición sistemática de todos las invenciones de la propaganda franquista mediante la presentación de argumentos sólidos no obtuvo por respuesta argumentos que rebatieran los suyos sino insultos y ataques personales calificándolo, por ejemplo, de “típico sectario progre, bien pagado por prisoísmo para seguir manipulando conciencias y virtiendo odio contra media España desde la mentira y la falsificación izquierdista”[22]. No obstante, si bien no consideramos conveniente que la historiografía profesional deba entrar al trapo de las provocaciones de estos escribidores, si creíamos necesario, antes de que el silencio sea la única respuesta que los mismos reciban, la publicación de un libro que desmonte, punto por punto, todos los mitos esgrimidos por esta publicística neofranquista y al que los lectores no especializados en el tema puedan acudir para poder leer la versión que la historiografía profesional da de dicho fenómeno. Si decimos creíamos, y no creemos, es porque dicho libro acaba de salir al mercado hace pocos meses firmado por el profesor Alberto Reig Tapia, catedrático de Ciencia Política de la Universidad Rovira i Virgili de Tarragona, con el revelador título Antimoa[23] .

            Para concluir podemos decir que España no es un caso único en la aparición de este tipo de corrientes negacionistas ya que dicho fenómeno se produce, más tarde o más temprano, “en todas aquellas sociedades que deben afrontar un pasado traumático y divisivo”[24] como ocurrió en Alemania tras el Holocausto, en Italia tras el fascismo o en Sudáfrica después del régimen del apartheid. Por otro lado, si bien es cierto que el elevado número de ventas que consiguen estos tertulianos puede parecer preocupante, al tratarse de textos que justifican un levantamiento militar contra un régimen democráticamente elegido, el hecho de que las facultades de historia de las universidades españolas sean impermeables a la penetración en ellas de las falacias proclamadas por estos panfletistas garantiza que los futuros profesores de historia de este país no comulguen con las ruedas de molino con las que las generaciones de jóvenes educados en el franquismo tuvieron que tragar. Por tanto, no debe caber ninguna duda de que los avances que los historiadores profesionales están consiguiendo en la investigación sobre la guerra civil y el franquismo acabaran, como ocurrió en los países antes citados, dejando en el olvido los intentos de falsear la historia llevados acabo por este grupo de escribidores, tertulianos, propagandistas y panfletistas aunque para ello debamos de seguir “por un tiempo, rodeados de mentiras convincentes”[25].



[1] Este militar ya había intentado un golpe de estado contra la república en el año 1932, fue condenado a muerte pero Azaña, ante su rechazo a la aplicación de la dicha pena, decidió sustituir la misma por la expulsión del general del país, ante lo cual Sanjurjo fijó su residencia en Portugal, donde Salazar comenzaba a gobernar con mano de hierro.

[2] Ambas potencias ya habían colaborado con Franco mediante el envió de aviones que permitieron a dicho general transportar a los regulares y a la legión a la península porque no debe olvidarse que la marina permaneció mayoritariamente fiel a la República. 

[3] Para ampliar las referencias sobre la internacionalización de la guerra civil resulta indispensable el libro Moradiellos, Enrique, El reñidero de Europa. Las dimensiones internacionales de la Guerra Civil, Península HCS, Barcelona, 2001. También de excelente valor y desmitificador de la propaganda de la dictadura sobre el famoso oro de Moscú resulta el fabuloso libro Martín Aceña, Pablo, El oro de Moscú y el Oro de Berlín, Taurus, Madrid, 2001.

[4] Casanova Ruiz, Julián, “Una dictadura de 40 años” en Julián Casanova (Coord.) Morir, matar, sobrevivir: La violencia en la dictadura de Franco, Crítica, Barcelona, 2002.

[5] Casanova Ruiz, Julián, La Iglesia de Franco, Crítica, Barcelona, 2006.

[6] Espinosa, Francisco, La columna de la muerte, Crítica, Barcelona, 2003.

[7] Molinero, Carme; Sala, Margarida; Sobrequés, Jaume, Una inmensa prisión, Crítica, Barcelona, 2003.

[8] Arrarás, Joaquín, Historia de la Cruzada española, Ediciones Españolas, 1939.

[9] Salas Larrazabal, Ramón, Historia del ejército popular de la República, Editorial Nacional, Madrid, 1973.

[10] De la Cierva, Ricardo, Cien libros básicos sobre la guerra de España, Publicaciones Españolas, Madrid 1966.

[11] Aznar, Manuel, Historia militar de la guerra de España (1936-1939), Idea, Madrid, 1940.

[12] Jackson, Gabriel, La república española y la guerra civil (1931-1939), Princeton University Press, México, 1967. Del mismo autor A concise history of the spanish civil war, Thames and Hudson, London, 1974.

[13] Southworth, Herbert Rutledge, La destrucción de Guernica, Ruedo Ibérico, Valencia, 1977.

[14] Preston, Paul, The spanish right under the second republic: an analisis Reading, University Graduate School of Contemporany European Studies, 1971. Del mismo autor, Spain in crisis: the evolution and declive of the Franco regime, The Harvester Press, London, 1976.

[15] Reig Tapia, Alberto, Anti Moa, Ediciones B, Barcelona, 2006, p.107.

[16] Casanova Ruiz, Julián, Caspe, 1936-1938: conflictos políticos y transformaciones sociales durante la Guerra Civil, Heraldo de Aragón, Zaragoza, 1984. También de este autor Anarquismo y revolución en la sociedad rural aragonesa, 1936-1938, Siglo veintiuno de España, 1985. El pasado oculto: fascismo y violencia en Aragón (1936-1939), Siglo XXI, Madrid, 1992. Morir, matar, sobrevivir: la violencia en la dictadura de Franco… opus. cit.
[17] Reig Tapia, Alberto, La represión franquista y la guerra civil : consideraciones metodológicas, instrumentalización política y justificación ideológica, Universidad Complutense de Madrid, Madrid, 1983. También de este autor  Ideología e historia: (sobre la represión franquista y la guerra civil), Akal, Madrid, 1986. Memoria de la Guerra Civil: los mitos de la tribu, Alianza, Madrid, 2000.
[18] Saz, Ismael, Fascistas en España: la intervención italiana en la Guerra Civil a través de los telegramas de la "Missione Militare Italiana in Spagna"(15 diciembre 1936-31 marzo 1937, CSIC, Madrid, 1981. También de este autor Mussolini contra la II República: hostilidad, conspiraciones, intervención (1931-1936), Edicions Alfons el Magnànim, Valencia, 1986. El franquismo en Valencia: formas de vida y actitudes sociales en la posguerra, Epísteme, Valencia, 1999.

[19] Izquierdo, Jose María, La literatura de la generación del cincuenta en España y la narrativa actual de la memoria en http://folk.uio.no/jmaria/lund/2003/ponencias/Izquierdo.pdf (consultada el 28-11-2006).

[20] Moa Rodríguez, Pío, Los orígenes de la Guerra Civil española, Encuentro, Madrid, 1999. También de este autor Los personajes de la República vistos por ellos mismos, Encuentro, Madrid, 2000; El derrumbe de la II República, Encuentro, Madrid, 2001; De un tiempo y de un país, Encuentro, Madrid, 2002; Los mitos de la Guerra Civil, La esfera de los libros, Madrid, 2003; Contra la mentira : guerra civil, izquierda nacionalista y jacobinismo, Libroslibres, Madrid, 2004; Los crímenes de la Guerra Civil y otras polémicas, La esfera de los libros, Madrid, 2004; 1934, comienza la guerra civil : el PSOE y la Esquerza emprenden la contienda, Ediciones Altera, Barcelona, 2004; Los libros fundamentales sobre la guerra civil, Encuentro, Madrid, 2004; Franco : un balance histórico, Planeta, Barcelona, 2005. Si citamos aquí todos los libros de este autor (al igual que lo haremos con César Vidal) no es por su relevancia historiográfica, de la que carecen por completo todos ellos, sino para señalar la gran cantidad de libros (solo citamos aquí los referentes a la guerra civil pero este autor también escribe sobre la situación política actual) que dicho personaje es capaz de escribir en un periodo mínimo de tiempo.

[21] Vidal, César, La guerra de Franco, Planeta, Barcelona, 1996. También de este autor, José Antonio : la biografía no autorizada, Anaya & Mario Muchnik, Madrid, 1996; Recuerdo 1936 : una historia oral de la guerra civil española,  Anaya & Mario Muchnik, Madrid, 1996; La destrucción de Guernica, Espasa-Calpe, Pozuelo de Alarcón, 1997; Las Brigadas Internacionales, Espasa-Calpe, Pozuelo de Alarcón, 1998;  La tercera España, Espasa-Calpe, Pozuelo de Alarcón, 1998; Checas de Madrid : las cárceles republicanas al descubierto, Belacqua, Barcelona, 2003; Paracuellos-Katyn : un ensayo sobre el genocidio de la izquierda, Libroslibres, Madrid, 2005.

[22] http://batiburrillo.redliberal.com/008675.html (Consultada el 30-11-2006).  El espacio de internet en el que se desarrollo dicho “debate” fue la pagina web el Catoblepas (http://www.nodulo.org/ec/)

[23] Reig Tapia, Alberto, Antimoa, opus. cit.

[24] Moradiellos, Enrique, Usos y abusos de la historia, El País 31-10-2005.

[25] Casanova Ruiz, Julián, Mentiras convincentes, El País, 14-6-2005.

La Historia

La Historia

               Cuando hace unos meses Javier me propuso escribir periódicamente sobre historia en un espacio de su blog acepte inmediatamente porque considero que el debate y la reflexión en torno a la misma resultan de gran importancia en una sociedad donde la utilización pública de aquella no deja de crecer. Sin embargo, y como ocurre en cualquier otro ámbito de la vida, antes de iniciar un diálogo, no necesariamente de gran altura intelectual pero si mínimamente serio, es necesario definir con cierta precisión el objeto que va a ser centro del debate. De esta forma, he creído oportuno dedicar mi primera intervención en el blog a precisar de forma sucinta aquello a lo que nos referimos cuando hacemos uso del concepto historia.

            Actualmente, cuando hablamos de la historia en el sentido científico del término, entendemos esta como una ciencia humana (o social) que permite producir un tipo de conocimiento científico cuyo estatuto gnoseológico es idéntico al de todas las ciencias humanas/sociales y parcialmente distinto al de las ciencias naturales y formales. Sin embargo ¿para que este conocimiento?, pues bien, Enrique Moradiellos afirma que las disciplinas históricas contribuyen a la explicación y entendimiento de la génesis, estructura y evolución de las formas de sociedad humanas pasadas y presentes; proporcionan un sentido crítico de la identidad operativa de los individuos y grupos sociales; y promueven la comprensión de las tradiciones y legados culturales que conforman las complejas sociedades actuales. Además imponen límites críticos y purgativos infranqueables a la credulidad y fantasía sobre el pasado de los hombres y sus sociedades constituyendo un severo correctivo contra la ignorancia que libera y alimenta la imaginación interesada y mistificadora sobre el pasado humano.

            La practicidad a la que acabamos de aludir se apoya fundamentalmente en la exigencia operativa de todo grupo humano de tener una conciencia de su pasado colectivo y comunitario, es decir, de tener conciencia histórica. La conciencia histórica constituye un componente imprescindible e inevitable del presente de cualquier sociedad humana mínimamente desarrollada, de su sentido de la propia identidad, de su dinámica social, de sus instituciones, tradiciones, sistema de valores, ceremonias y relaciones con el medio físico y con otros grupos humanos circundantes. Así pues, la concepción histórica de su pasado común supone, para las sociedades humanas, una pieza clave para la identificación, orientación y supervivencia de cualquier grupo humano en el contexto cultural donde se encuentra emplazado ya que ninguna sociedad podría funcionar sin tener una concepción de su pasado y de la naturaleza de su relación previa con otros grupos humanos coetáneos y coterráneos y con el medio físico. En definitiva,  la experiencia histórica es el único referente positivo de las sociedades humanas para construir y perfilar los planes y proyectos que se propone ejecutar, evitando así toda operación de salto en el vacío y toda actuación a ciegas o por mero tanteo. De esta forma, a día de hoy, no es posible (sin graves riesgos para el cuerpo social y su mismo porvenir) concebir a un ciudadano que sea agente consciente y reflexivo de su papel cívico al margen de una conciencia histórica mínimamente desarrollada y cultivada. Sencillamente porque dicha conciencia  es la que le permite plantearse el sentido crítico-lógico de las cuestiones de interés público, orientarse fundamentadamente sobre ellas, asumir sus propias limitaciones de comprensión o información al respecto y precaverse contra las veladas o abiertas mistificaciones de los fenómenos históricos.

            Casi desde el mismo momento de su aparición la palabra historia se ha referido tanto a las acciones del pasado en sí mismas, como a la indagación sobre las acciones realizadas por los hombres. En este sentido, no cabe pensar en la existencia de una historia real acontecida antes y al margen de las versiones históricas, de las historias, de los relatos escritos sobre esa realidad pasada e inexistente en la realidad ya que como dijo Raymon Aron en historia “la  realidad y el conocimiento de esa realidad son inseparables uno de otro” y ello como consecuencia de que el supuesto de conocimiento de la historia es un tiempo pasado y, como tal, incognoscible debido a su inexistencia y no puede haber conocimiento  científico de algo que no tiene presencia ni existencia porque todo tipo de conocimiento requiere una base material tangible y presente para poder construirse.

En relación con lo anterior, y contrariamente a lo que se cree generalmente, la historia no tiene por objeto el estudio de los hechos humanos del pasado sino el análisis de aquellos restos del pasado que perviven en nuestro presente en forma de residuos materiales y que permiten al historiador construir su relato. Estas reliquias del pasado conforman, en su pluralidad intrínseca, las llamadas fuentes informativas del conocimiento histórico. Así, solo puede hacerse Historia y lograrse conocimiento histórico de aquellos sucesos, acontecimientos, acciones, instituciones, procesos pretéritos, etc. de los que se conservan vestigios en la actualidad, es decir, en nuestra propia dimensión temporal. En este sentido, la primera tarea del historiador consiste en discriminar que secciones de nuestra realidad constituyen una reliquia con el fin de proceder a utilizarlas en su interpretación del pasado, así como conocer con rigor el valor que otros historiadores han dado a esas mismas reliquias en su propia interpretación de dicho pasado. Un pasado, no debe olvidarse, fabricado por los historiadores y muy distante de ese otro pasado perfecto, tal y como fue, que pretendía alcanzar la historia positivista.

En otro orden de cosas, y esto es de capital importancia, no cabe la existencia de una ciencia histórica que no contenga al hombre en su campo categorial, es decir, el campo de la Historia se reduce necesariamente al dominio de los actos y comportamientos humanos (individuales o sociales), segregando otros aspectos del pasado que son irrelevantes para el mismo y que solo contarán tangencialmente en la medida que afecten o condicionen a las acciones humanas. De esta forma, el historiador trata, sobre la base física de las reliquias, de ponerse en el lugar de los hombres o sociedades cuyas reliquias estudia, reactualizando sus acciones y operaciones, buscándoles un sentido, atribuyéndoles una razón y propósito, reconstruyendo por analogía su curso y dando cuenta de las circunstancias y operaciones que pudieron haber conducido al surgimiento de ese residuo material del pasado.

Para todo lo anterior, los historiadores utilizan un método esencialmente inferencial e interpretativo en el cual es imposible eliminar al propio sujeto de conocimiento. Del mismo modo, los historiadores tampoco pueden prescindir en su labor profesional de su sistema de valores ideológicos o filosóficos, de su experiencia vital, política y social, ni de su grado de formación cultural. No obstante, pese a lo que suele pensarse incluso entre algunos profesionales del ramo, el relato histórico construido por los historiadores, no es arbitrario, ni caprichoso, ni ficticio, sino que tiene que estar justificado, apoyado, soportado, y contrastado por las pruebas y evidencias, por las reliquias que existen al respecto. En este sentido, será el relato histórico que más factible y verosímil parezca, de acuerdo con  las pruebas y evidencias existentes, el que se considere como verdadero en tanto no aparezcan nuevas pruebas o evidencias que lo contradigan de tal modo que, unos relatos históricos serán más verdaderos que otros en tanto que se fundamenten en un mayor número de pruebas verificables por otros investigadores y resulten coherentes con el conocimiento acumulado como resultado de otras investigaciones.

Por último, la historia como disciplina científico-humanística que es debe de responder, obligatoriamente, a los tres axiomas siguientes: principio semántico de naturaleza crítica y pragmática según el cual todo relato o narración histórica debe estar apoyado y soportado sobre pruebas y evidencias materiales que sean verificables empíricamente por el resto de investigadores; principio de negación de la magia y exclusión de la generación espontánea y de la creación ex nihilo en virtud del cual se postula que cualquier acontecimiento humano surge, brota o emerge necesariamente a partir de condiciones previas homogéneas y según un proceso de desarrollo interno, endógeno, inmanente y secular; principio de significación temporal irreversible. A tenor de este axioma, la investigación y la narración históricas tienen que respetar escrupulosamente la llamada “flecha del tiempo”, es decir, la naturalaza direccional y acumulativa del paso del tiempo en sentido necesario de pasado fijo a futuro abierto y sin bucles, círculos, o regresiones azarosas y caprichosas.

Así pues, a modo de epílogo, podemos concluir que la historia, como disciplina académica, pretende, puede y debe producir conocimiento científico y verdades históricas, y por tanto no absolutas sobre el pasado, cuyo estatuto gnoseológico y pragmático es muy diferente, en tanto que permite discriminar el conocimiento histórico verdadero, al de otros conocimientos que también aluden al pasado tales como el conocimiento legendario, el mítico, el religioso, el poético y literario, etc.

[1] Todo lo aquí dicho en relación con la historia es un resumen muy sucinto del libro Enrique Moradiellos García, Las caras de Clío: introducción a la historia y a la historiografía, Siglo XXI, Madrid, 2001. Por lo que para ampliar cualquiera de los aspectos aquí tratados es indispensable dirigirse a él. También resultan de interés, para profundizar en el conocimiento de la ciencia histórica los siguientes libros, Eric Hobsbawm, Sobre la historia, Crítica, Barcelona, 1998; Joseph Fontana i Lázaro, La historia de los hombres, Crítica, Barcelona, 2001;  Edward Hallett Carr, ¿Qué es la historia?, Ariel, Barcelona, 1972; Marc Bloch, Apología para la historia o el oficio de historiador, FCE, México, 1998.